Comentario/reseña de “Los colores del fuego” de Corina Iglesias, editado por Cielo de pecas. Una tarde de disfrute en la lectura que recomiendo, ojalá les guste.
“Jamás hacer algo que te ponga más triste”
Hace veinte años murió mi abuelo. Recuerdo un velorio lleno de gente en el que no quería estar. En mi pie, un dedo vendado escapaba de la sandalia. Fue la pregunta de todos los que pasaban por ahí, la charla vacía y de rutina “¿qué te pasó?”. Y la anécdota: quise mover un mueble de metal muy pesado, tumbarlo para moverlo de pieza y pensé que podría sostenerlo cuando el peso cayera sobre su costado. No pude, cayó rozando mi pie y me arrancó la uña de cuajo. Llamé a mi viejo para preguntarle qué hacer, me dijo que me vaciara un agua oxigenada sobre la lastimadura y que después él se encargaba de curarme. Bajé cuidadosamente a la planta baja, donde vivían mis abuelos, apoyando el pie desde el talón, sin animarme a tironear la uña que colgaba y sorprendida de por qué no me dolía lo esperado. “Es el shock” dijeron varios. Pasé al lado de la mesa donde mis abuelos tomaban mate y fui a buscar en la puerta del botiquín. “¿Qué te pasó?” preguntaron preocupados. Desde una cara falsamente sonriente dije algo así como “tuve un accidente pero no pasó nada”. Recuerdo que mi abuelo me retó por qué no lo había llamado para que me ayudara. Que me ayudaría la próxima. No hubo una próxima.
Unos pocos días después contaba la anécdota del mueble y la uña a desconocidos comedidos que preguntaban ‘qué te pasó’ en un velorio en el que yo no quería estar. El dedo del pie nunca me dolió pero por esos días me dolieron rincones internos desgarrados para siempre. Recuerdo que no quería volver a reír, pensaba en esos días que volver a reírme, con ganas, con alegría genuina, hubiera sido una suerte de traición. Una tristeza honda, oscura cubrió mi casa y mi vida por un largo tiempo.
“Los pasadizos ojos-panza no deben formarse.
La lágrima que cae para adentro va marcando el camino.
Muchas lágrimas hacen un surco y por ahí se enciende el fuego.
La amargura con ardor nasal es el principio del peligro.
Actuar rápido ante las primeras señales de humo.
Jamás hacer algo que te ponga más triste.
Acumular una porción abundante de tristeza, miedo, lágrimas y humo lo complica”.
No era ninguna nena hace veinte años, pero no pude dejar de encontrarme entre las páginas al leer “Los colores del fuego”, de Corina Iglesias, igual que Paloma, la protagonista de la historia, que no puede reconocer su casa, su familia, sus lugares, su pieza, todo negro bajo las cenizas de lo que dejó el dragón que consumió todo con su fuego cuando murió su tío Cholo. “Los colores del fuego” es el primer libro de la editorial Cielo de Pecas, se trata de una nouvelle para leer de un tirón, si la emoción lo permite. Yo, al menos, la leí de un tirón, sentada en el banco de granito de la terraza, al rayo del sol, en una tarde de sábado de Semana Santa.
“Un dragón camina por la casa. Con su cola debe estar rompiendo todo, las macetas, los malvones, quemando los colores con su aliento. Todo debe verse negro, las paredes, los muebles, mi ropa, el bandoneón.
Pienso en los otros. También son bestias. Lili sabría que hacer. No puedo abrir los ojos. No puedo levantar mi cabeza de la almohada.
Cada tanto escucho pájaros. Deben estar en los árboles del fondo, y estoy segura de que también son negros”.
Quizás el brillo intenso de la tarde encegueciéndome desde el papel impidió que me ganara la tristeza. La voz niña de Paloma, en diálogo con su amiga Lili, con Cholo, con su abuela, con la magia de una imaginación valiente e inagotable en una casa con olores propios y colores vivos de malvones y guisos, vibraron en sintonía con mi tarde de luz. El dragón latente, al que hay que aprender a mantener a raya, no logró abrumarme, o quizás fue que pasaron veinte años desde mi propio dragón o quizás fue que en mi historia personal los dragones son seres sabios y queribles y no monstruos destructores.
En cualquier caso, transitar la lectura fue acompañar a Paloma en sus juegos, en su rayuela de tizas de colores, en su carpa hecha de mantas con flecos en el bosque medieval del patio, en los libros del gallinero que cobijaron el alma desaparecida de la novia de Cholo, en el profundo dolor de la muerte y en la alegría que renace después, cuando una amiga nos ofrece una bolsa llena de tizas y los colores vuelven a la vida. “Levantarme de la cama me dolió. Una costra negra se rompió en mi cabeza”, dice Paloma y yo sentí parecido cuando me llegó la primera carcajada después de la muerte de mi nono.
“Fui fuerte, no lloré al verlos. Todos esos objetos son historia. Mi historia. Todos esos objetos tienen huellas. Las cosas cuentan historias. El amor queda en las cosas. También el dolor”.
Un libro querible, editado con exquisita sensibilidad, que lleva entre sus páginas la medida justa de ingenuidad, nostalgia, tristeza y valor para permitirnos atravesar el bosque medieval de los recuerdos felices y dolorosos de nuestro ayer. Para volverlos vívidos y tremendos por un instante fugaz pero recordarnos cómo domar a ese dragón a tiempo y recuperar la calma y la alegría.
Los colores del fuego
Corina Iglesias
ISBN 978-987-18336-0-0
Cielo de Pecas
Colección: Calima
Primavera de 2021
Publicado con licencias Creative Commons
CC by-nc-nd
+info: https://www.cielodepecas.com.ar/
PD: A veces, mientras leo, se me arriman otras lecturas que se hermanan para siempre con la que estoy teniendo. En este caso no pude evitar sentir en el fondo del alma lo mismo que sentí al leer “Cienahorcados” de Luciano Saracino y Ariel Olivetti (comparto reseña en este link) y la historieta “Diego niño & poeta” de Saracino/Brondo publicada en «Pumbapá, antología de Historietas Infantiles argentinas». El monstruo dentro de uno, la cosa o el dragón, que hacen lo que pueden y nos constituyen y nos devoran y nos salvan.