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De mi archivo 2002: Un cuento y mi homenaje a Bradbury

Les comparto un cuento muy viejo, de los poquísimos cuentos que he escrito en mi vida (la escritura fue mía en base a debates y conversaciones enormes y hermosas con los cumpas del staff de la revista Huellas, en la que salió publicado), viejo en serio, fechado de finales del 2002. Me tomé el atrevimiento en aquellos años, de mechar en el cuento fragmentos de una obra que me fascina y me ha marcado en muchísimos niveles: Farenheit 451, de Ray Bradbury. Digamos que fue un movimiento atrevido, como quien —para expresar una idea— se sube sin  más sobre los hombros de un gigante.

Aprovecho el aniversario del nacimiento de Bradbury para tomar coraje y compartirlo. Ser una mujer libro ha sido mi propósito desde entonces, aunque quizás debería decir desde siempre, desde que mi mamá puso por primera vez un libro en mis manos. Ser una mujer libro y habitar, convivir y luchar por un mundo mejor junto a otres en una comunidad es mi manera de entender la vida. Les convido el cuento, y les espero en los comentarios.

El marco

A finales de 2002 formaba parte de un proyecto que me definió en muchas de las definiciones que tomé como cimiento para mi vida: la revista Huellas, un proyecto político cultural que llevábamos adelante con varios amigos-cómplices-compañeros de facultad, en la carrera de comunicación social, en la universidad pública de mi ciudad (Córdoba, Argentina). Los conceptos de construcción horizontal y colectiva del conocimiento, y el consenso como forma de llegar a los acuerdos quedaron asentados para siempre en mi personalidad y en todos los proyectos que abordé desde entonces hace casi 20 años.

El cuento fue la forma (literaria, informal, compañera) que tuvimos con los compañeros de staff de abordar muchos temas que habíamos trabajado en la revista: los cursos de extensión universitarios como una mirada del deber de la universidad pública en relación a la sociedad, el arte y la belleza como derecho para todos, la escuela como lugar privilegiado para la consecución de esos derechos, la apuesta colectiva y solidaria como forma de salir adelante, la mirada política del arte y la educación, la contribución voluntaria en la universidad en el marco del debate por la universidad gratuita, entre tanto más. Cuando lean el cuento recuerden que responde al contexto político social económico del año 2002, no el actual.

Como siempre que recuerdo en espacios públicos, como este o las redes sociales, vuelvo a agradecer a mis compañeros de la revista, fue un proyecto que me ha definido más que el paso mismo por las materias de la carrera. Un abrazo grande a Vero, Pedro, Marie, Gastón y Plin que eran los cumpas de la edición puntual en la que salió este cuento, y por supuesto a los demás queridos amigos que estuvieron también antes o después en el proyecto.

*Los párrafos en naranja son fragmentos de Farenheit 451, de Ray Bradbury.

El relato salió publicado con el título «Más allá, más acá» en la edición número 6 de la revista Huellas (Noviembre, Diciembre 2002, Córdoba, Argentina). Las notas no aparecían firmadas porque su debate, discusión y punto de vista se debatía de manera colectiva y representaba las ideas de todos los miembros que conformábamos el staff. En esta edición en particular el staff estaba conformado por Verónica Plaza, Pedro Adami, Mariela Zanazzi, Gastón Trotteyn y Analía «Plin» Honik, además de mí que en esa época todavía firmaba como Bárbara Couto.

La foto del post es de mi hermana Nadia Couto <3

El cuento

Pregunta tú mismo. ¿Qué queremos en este país por encima de todo? Ser felices ¿no es verdad? ¿No lo has oído centenares de veces? Quiero ser feliz, dicen todos. Bueno, ¿no lo son? ¿No los entretenemos, no les proporcionamos diversiones? A la gente de color no le gusta El negrito Sambo? Quémalo.
¿Los blancos se sienten incómodos con La cabaña del tío Tom? Quémalo… Quema la obra. Serenidad, Montag. Paz, Montag… Afuera los conflictos, Mejor aún, al incinerador… No aflijamos a los hombres con recuerdos. Que olviden. Quememos, quemémoslo todo. El fuego es brillante y limpio.
…no es posible construir una casa sin clavos ni madera. Si no quieres que se construya una casa, esconde los clavos y la madera. Si no quieres que un hombre sea políticamente desgraciado, no lo preocupes mostrándole dos aspectos de una misma cuestión. Muéstrale uno. Que olvide que existe la guerra. Es preferible que un gobierno sea ineficiente, autoritario y aficionado a los impuestos, a que la gente se preocupe por esas cosas. Paz, Montag. Que la gente intervenga en concursos donde haya que recordar las palabras de las canciones más populares o los nombres de las capitales de los estados… No les des materias resbaladizas, como filosofía o psicología, que engendran hombres melancólicos. El que pueda instalar en su casa una pared de TV, es más feliz… Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse. Y serán felices, pues los hechos de esa especie no cambian.

 

1
¿Por qué todas las servilletas de los bares tendrán ese bordecito azul? Las manos daban vueltas una y otra vez sobre la servilleta, un doblez y otro más y una marca con las uñas para que se quedara en esa posición. El humo del cigarrillo subía espiralado desde el cenicero hasta la lamparita dicroica que colgaba del techo. La sección de política abierta en la página 3 decía algo acerca de una interna partidaria, más abajo algo relacionado con una protesta y un corte de rutas que había terminado con unos cuantos detenidos. Todos los días iguales. Cansado, tomarse el trole hasta el hospital, todavía es temprano, hay tiempo para ir al frente y tomarse un café. La sección de economía la tenía un tipo trajeado que todos los días se sienta en la última mesa, toma un café y se va sin saludar a nadie. Todos los días lo mismo. El café, el cigarrillo, la sección de política, el tipo trajeado, el comentario con el dueño del bar. Todos los días iguales. Discutiendo con la enfermera o con los residentes nuevos. Hoy fue distinto, cobró. En bonos. La enfermera los otros días le contaba que le dieron el sueldo en bonos de 5 y que todos los billetes del medio estaban pegados con cinta. ¡Qué mundo de mierda! Cuántos años ya van así… veinte, veinticinco, treinta ya…Pensar que unos años atrás, ese mismo café era un regalo, un descanso, un recreo, un buen rato, una hermosa costumbre, un amigo. Hoy, era sólo desazón. Definitivamente no era el café. Era él. Treinta años laburando en lo que te gusta, pacientes que vienen a verte, a los que pudo ayudar, a los que no, tantos años de apuesta ¿para qué? Cualquier día de estos te rajan… ¿y? ¿Será muy tarde para largar todo y hacer algo más? ¿Pero qué? Soy médico, es lo que hago, es lo que sé hacer, es lo que me gusta, es lo que soy. A esta altura ¿qué otra cosa podría hacer?
Está sentado en la misma mesa de los últimos treinta años, frente a la ventana. Por ahí, tampoco es él, por ahí es el día, oscuro, gris. Apoyado cansadamente sobre una mano, pierde la vista por la ventana. ¡Qué manera de haber nubes! Esa última tiene forma de aguilucho. ¡Qué épocas! Cuando se caminaba la quebrada y tenía toda una tarde para esperar el vuelo de algún cóndor. Y ahí tenía uno, blanco con las alas bien extendidas sobrevolando el techo del hospital.

 

2
—Chicas, parece que va a llover, así que salgan con rompevientos. ¿Tienen tiempo para unos mates?
—Pero cómo no, si yo recién entro a las nueve.
—Yo voy con ella para acompañarla y de ahí me voy a ciudad universitaria. Quedé en encontrarme con la flaca en el pabellón para ver si damos una vuelta y pedimos algunos volantes.
—Y… ¿ya te decidiste? ¿Las inscripciones no empiezan ahora?
—Sí… en unos días. No sé vieja. Vos sabés que siempre quise estudiar letras pero no sé. En realidad ni siquiera sé qué otras cosas puedo estudiar. ¿O qué quiero ser?
—Viste cómo es ella. Quiere cambiar el mundo siendo escritora y encima poder vivir de eso. Dejá de soñar. Y si no, mirame a mí.
—¿Qué decís? Nunca te arrepentiste de hacer música. Está bien que sos maestra y no vas a ser millonaria nunca pero vos no sos así, ¿por qué te quejás?
—Dame un mate —lo chupa con fuerza y la mira primero a la madre y después a la hermana— me pidieron que me haga cargo de la fiesta de fin de año en la escuela.
—¡Eh! ¡Qué bueno!
—Qué tiene de bueno. Los chicos faltan la mitad de los días. No existe la posibilidad de pedir unos pesos ni para disfraces, ni para escenografía, ni nada. Las otras maestras están más bajoneadas que yo, la directora se lavó las manos y me tiró la bola a mí. Y no tengo idea qué hacer, vieja. ¿Qué tiene de bueno? ¿Qué sentido tiene hacer una fiesta de fin de año? Salvo que sea para despedirlo, porque lo único bueno que tuvo, fue que pasó rápido.
—Bueno, ché. Calmate, ya algo se te va a ocurrir. ¿Vamos?
—Chau hijas. ¿Vuelven para almorzar?
—Sí, ¿acompañame hasta el almacén? Necesito cospeles.

 

3
Brillante. Desde que era nena, desde que tenía memoria el viejo se levantaba temprano, tomaba sus mates en la galería del patio y se metía para el almacén a acomodar sus cosas y limpiar el mostrador hasta que quedaba brillante. Después, levantaba la persiana de metal y daba vuelta el cartel de abierto. Sólo que últimamente le llevaba un poco más de tiempo todo esto, era como que caminaba más lento o más cansado, casi como si no le importara abrir bien temprano. Se habían perdido las buenas costumbres. Ya no venía el dueño del bar de la esquina a comprarle los criollos y las facturas y de paso a tomarse unos matecitos y charlar de tiempos pasados. Y no porque tuviera mucho trabajo, era más una cuestión de ánimo. Pobre pá. El cuaderno de los vecinos que sacaban fiado era cada vez más grande y eso que ya hacía un año que habían dicho “nada de créditos”. “Pero qué se le va a hacer”, decía el viejo. “Si yo sé que no tienen un peso. Para desgraciados ya están los políticos, si yo puedo dar una mano…” Y la verdad es que da más de una mano. No andan quedando muchas almacenes como ésta, el viejo vale oro. Y yo no puedo hacer nada. Para colmo esta facultad desgraciada, sale cada vez más cara. El año pasado me hacía recibida para esta época y resulta que tuve que dejar dos materias por los precios de los materiales. No quiero ni imaginarme lo que me puede llegar a costar comprarme un consultorio. El sillón de dentista nomás debe salir una fortuna. Y no le puedo seguir pidiendo plata a mi viejo. Ya demasiado que me está bancando la carrera.

—Hola Don Mario, ¿cómo anda?
—Muy bien señoritas, ¿qué andan necesitando esta mañana?
—¿Me vende dos cospeles?
—Perdón que interrumpa, papi, me voy.
—¿A la facultad?
—Sí, pero antes tengo que pasar a buscarlo al Marcos, mi paciente; y te saco uno de los cepillos de dientes de esos de colores que trajiste los otros días, porque le quiero hacer un regalito. Chau.
—Chau hija, que tengas un buen día.

 

—Sólo hay un paso de no ir a trabajar hoy a no trabajar mañana —dijo Montag—. Ni nunca más… En este momento siento deseos de romper algo, destrozar algo.
—Saca el coche, siempre que me siento así, tengo ganas de correr. Llega uno a los 150km por hora y se siente magníficamente. Es divertido…
—No. No esta vez. No quiero librarme de esto. Dios, está creciendo dentro de mí. No sé qué es. Me siento tan desgraciado, tan triste. Y no sé por qué. Siento como si pesase más. Me siento gordo. Como si hubiese estado guardando algo, no sé qué. Hasta podría empezar a leer libros.
—Entonces irías a la cárcel, ¿no?
Montag comenzó a vestirse, moviéndose de un lado a otro del cuarto.
—Sí, y sería una buena idea. Antes que haga daño a alguien. ¿Has oído a Beatty? Conoce todas las respuestas. Tiene razón. La felicidad importa mucho. La diversión es todo. Y sin embargo allí estaba yo diciéndome a mí mismo: no soy feliz, no soy feliz.

 

4
La lluvia cae cada vez más fuerte. No llueve tremendamente pero molesta y moja. Una chica cruza corriendo la calle pero no lo suficientemente rápido como para esquivar a un auto, que la salpica de pies a cabeza y le deja el pantalón blanco todo manchado de barro. En la vereda del frente, empieza a buscar una dirección, le dijeron que era pasando la plaza y al frente de un almacén. Ésta debe ser. Frena en un pasillo largo. Sabe que tiene que ir al último departamento.Ya a la mitad del pasillo empieza as escuchar la música, no se equivocó de dirección. Le abren y mientras se sacude el pelo y trata de limpiarse un poco el pantalón se contagia del clima cálido de la casa. Ahí nomás en la cocina ya empezó una rueda de mates, una chica en la mesa-da arma unas agendas artesanales con tapas en relieve y duendes de colores y en otra pieza un poco más atrás unos chicos tocan el piano y algo de percusión y de a pedazos se descubre un tema de Blades.
—¿Ya arrancaron?
—Estamos esperando a los chicos de cine que también venían.

 

5
Diez, veinte palomas revoloteando en la plaza. Martín decide parar un rato y sentarse en un banco, ¿a ver las palomas? Puede ser… ¿A armarse de nuevo para entrar en el próximo negocio y ver si tiene mejor suerte y vende alguna publicidad? Puede ser…
¿Simplemente a parar por cinco minutos y sólo respirar sin hacer mil otras cosas a la par? Puede ser… ¿A ver si se le ocurre alguna idea para la nota sobre solidaridad y trabajo colectivo de la revista del Club del Trueque? Puede ser… El pasto de la plaza parece más verde, más limpio. Debe haber sido la lluvia; hay olor a tierra mojada, a campo… ¡Qué tranquilidad! Le andaba haciendo falta, para pensar…
Un último rayo rojizo de sol de la tarde le da en los ojos. Entonces, Martín, corriéndose un mechón de pelo de la cara, apoya sus carpetas en el banco y saca un cuaderno viejo y gastado y empieza a escribir…

Si la primera gran mentira es que “no existe otra alternativa posible”, la segunda gran mentira es que el cambio solo depende de la voluntad de hacerlo. Apostar al trabajo colectivo y horizontal, no quiere decir de ninguna manera que “entre todos hacemos todo”, ni tampoco niega las diferencias… ¿entonces qué es? Es golpearse, muchas veces desilusionarse, pero por sobre todas las cosas negarse a creer que la esencia del hombre es la indiferencia o la salida individual, y que sólo vale en la medida en que consume.
Muchas veces tenemos la sensación que luchamos contra algo bien grande, pero cuando nos damos cuenta que eso contra lo que luchamos también está dentro nuestro, se convierte en algo más grande todavía, un monstruo. No sabemos cómo, pero creemos que la cosa debe ser distinta. Porque sabemos y queremos cambiar el mundo, pero nos cuesta tanto organizarnos con los que están a nuestro lado y sostener un proyecto aunque sea chiquito. Trabajar colectivamente es difícil, es bien difícil, digámoslo con todas las letras. Es difícil porque implica una lucha interna. Porque tenemos internalizadas estructuras mucho más arraigadas de lo que creemos, desde la escuela, desde los consejos de la abuela “mejor no te metas”… Por todo esto es que nos cuesta reconstruir los lazos, pero son esos lazos los que nos van a permitir organizarnos y trabajar, asumir con seriedad y responsabilidad nuestras tareas día a día. Que sean responsabilidades colectivas, y entonces dividir tareas no va a ser una “división del trabajo”, así como lograr los resultados propuestos de manera eficiente puede conseguirse sin el uso de “recursos humanos”, sino de personas, amigos, compañeros.

Salió todo de un tirón y de alguna manera se siente mejor… Por ahí, ¿quién sabe? Todavía tiene tiempo para pasar por un par de negocios más a probar suerte, antes de que todo cierre… Como no ser sábado y poder estar tirado en el pasto como los de aquella esquina y estar tomando una cervecita después de un buen partido de fútbol…

 

6
—No hubiera llovido y les hubiera enseñado lo que es un genio en la cancha…
—Sí, seguro. Ahora vas a necesitar cinco litros de lavandina para sacarle el barro a esa remera.
—Má qué lavandina, esta se la banca re bien un par de partidos más todavía…
—No seas roñoso.
—Roñoso… qué palabra prehistórica…
—Ché, dejen de hablar boludeces. ¿Qué hacemos esta noche? ¿Un asadito?
—¿Y de dónde pensás sacar guita? Yo estoy seco. Esta mañana pagué la contribución y quedé en cero hasta el mes que viene.
—¿Para qué la pagaste?
—Y si no, no puedo rendir. Y si no saco por lo menos tres en este turno, voy muerto.
—Estamos a ocho boludo. ¿Cómo vas a vivir el resto del mes?
—¿Por qué no te eximiste?
—Porque es un tramiterío bárbaro, dejate de joder. Además son 60 mangos nomás. En el año no es mucho, todo junto ahora sí…
—No es cuestión de si es mucho o no. Tus viejos ya pagan en los impuestos tu educación, no tenés por qué darles un plus.
—Vos porque sos de comunicación y ahí se cuestionan todo, dejate de joder…
—Ché, ¿volvemos al asado…?
—¿Qué asado, querido? Tengo que rendir una materia la semana que viene y el trabajo que tengo que presentar me va a salir no menos de 70 mangos. Voy por la calle mirando si encuentro moneditas de 5 centavos y vos me querés hacer ir a un asado. Pagás vos y todo bien, eh, me prendo.
—¿Es el laburo ese de las fotos? Porque tengo unos amigos que armaron una especie de cooperativa y una de las chicas es fotógrafa, estaba armándose un laboratorio y sé que ella ofreció su laburo en el grupo. Por ahí podrías averiguar.
—Ché, pero hagamos algo, es viernes.
—Qué ganas de joder que tenés, flaco. ¿Adónde querés ir?
—Quiero hacer algo. Rendí esta mañana y hacía tres semanas que no paraba. Quiero salir de joda. Necesito salir de joda, ¿entendés?
—¿Y cómo te fue?
—Qué sé yo… me preguntaron mil boludeces que ni aparecen en los libros. Pasa que no les interesa enseñarte nada, si el día de mañana vas a ser competencia. Y encima te lo dicen: “Es cuestión de experiencia. Arreglatelá sólo, ¿viste? No vaya a ser que yo tenga que hacer un esfuerzo”.
—Ché, pero también hay profes que valen la pena…
—Lógico, seguro…
—También con lo que cobran, pobres guasos. Escuché que todavía les deben el recorte del año pasado…
—Es que no vale la pena.Yo, acabo y me voy.
—¿Adónde te vas?
—Adonde sea, a España, a Miami, cualquier parte con tal de salir de esta mugre. Es una pena que el país haya caído así ¿no?
—Si pensás así, mejor tomatelá. Hace falta gente que quiera cambiar las cosas, no que piense que todo es una mugre.
—Brasil es la posta.Te vas de vacaciones, probás suerte y te instalás ahí.
—Ché…
—Sí, el asado… Pongo mi casa, ahí en la terraza y nos pedimos unas pizzas. Guitarreada, las invitamos a las chicas del 7mo y les decimos que lleven amigas, ¿qué dicen?
—Meta, dale vamos que me quiero sacar la roña de encima…

 

—¿Quién es?
—Montag.
—¿Qué quiere?
—Déjeme entrar.
Y luego, de pronto, el viejo vio el libro bajo el brazo de Montag y ya no pareció tan viejo ni tan frágil. Poco a poco se le fue borrando aquella expresión de miedo.
—El libro… ¿Dónde?
—Lo robé.
—Es usted valiente. —Las manos le picaban a Faber en las rodillas— ¿Puedo?
—Perdón —dijo Montag, y le alcanzó el libro.
—Han pasado tantos años. Es tan bueno como en mis recuerdos… Señor, había un montón de hermosos libros en aquel tiempo, antes de permitir que se perdieran… Señor Montag, está usted ante un cobarde. Vi el camino que tomaban las cosas, hace tiempo. No dije nada. Soy un inocente que pudo haber hablado cuando nadie quería escuchar al “culpable”; pero no hablé y me convertí así en otro culpable más. Y cuando al fin organizaron la quemazón de libros, con la ayuda de los bomberos, lancé unos gruñidos y callé. No había otros que gruñiesen o gritasen conmigo. Ahora es tarde… ¿por qué no me dice que lo trajo aquí Montag?
—Nadie escucha a nadie. No puedo hablarle a las paredes. Las paredes me gritan. No puedo hablar con mi mujer; ella escucha las paredes. Quiero que alguien oiga lo que tengo que decir. Y quizás, si hablo bastante, adquiera sentido. Y quiero que usted me enseñe a comprender lo que leo.
Faber estudió la cara alargada y azul de Montag.
—¿Cómo despertó? ¿Qué le sacó la antorcha de las manos?
—No sé. Tenemos lo necesario para ser felices, y no lo somos. Algo falta.

 

—Buenas Don Mario, ¿cómo anda?
—Trabajando, como siempre. ¿Qué tal tus cosas? ¿Y esa obra en la que andabas trabajando?
—Bárbaro. Era un trabajo final para el Taller Experimental, pero estuvo maestro, porque nos juntamos con unos chicos de artes y cine que conocimos en la última marcha y lo hicimos entre todos. Entonces, era una obra con música nuestra y cada personaje tenía su personalidad en un disfraz y en una pintura en la cara que hicieron los chicos de artes, unos maestros. Los de cine le dieron forma de guión, ¿entiende? Era una historia y después se mandaron un corto con nuestra obra. Fue maestro Don Mario, ¿qué quiera que le diga? Y nos dio muchas pilas. Estamos con ganas de trabajar. Que el arte no quede encerrado en la escuela. Eso no tiene sentido. Tiene que salir a la calle, tiene que recuperar su sentido social, de representar lo social, de abrirse, de conectarse con la gente del barrio. Acabar con esa idea de que el arte es cuestión de la gente culta o que la universidad es para unos pocos elegidos. Son tantas cosas…
—Ché, la maestra de música de acá del barrio me contaba los otros días que está desesperada porque tiene que organizar la fiesta de fin de año de la escuela y quería algo creativo pero se siente muy sola y no sabe ni por dónde empezar. ¿Por qué no se juntan?
—Estaría bueno…
—¿Qué viniste a buscar?
—Criollos Don Mario.

* * *

—¿Y Carolina, cómo vas con el acto?
—Increíble. Me contacté con unos chicos de la facultad, son de artes, teatro, cine, no sé, son muchos. Han estado trabajando así articuladamente preparando unas obras, pero aparte es re interesante, porque tienen una mirada como hacia fuera. Ellos quieren trabajar con la gente, no representar su papel y ya está, sino que la gente también tenga que ver. Algo así como el arte hecho entre todos. Y se prendieron mucho con esto de trabajar la fiesta de fin de año. Quieren trabajar con los chicos y si se pudiera involucrar al barrio.
—¿Vos decís que la fiesta sea para el barrio?
—Que la fiesta tenga un tema, un motivo, que sea una excusa para juntar al barrio y dar la posibilidad de hacer algo entre todos. Un trabajo que sea entretenido y que además sea una esperanza ¿Vos decís que podríamos?
—Sería lindo. Meter al barrio en la escuela, o sacar la escuela al barrio…
—Podríamos usar el galpón. Es cierto que está sucio pero es una pena que la escuela tenga un espacio tan grande que se podría usar para tantas cosas y lo tenga cerrado.
—Y dale para adelante nomás.

* * *

—Ché, abrí la puerta, es Martín, el flaco de comunicación que nos va a dar una mano con la difusión de la fiesta.
—Buenas…
—Hola, me alcanzás el hilo cisal, el que está en la mesa, gracias.
—Les armé unos volantes…
—¡Qué buen dibujo! Ché… ¿Y cuántos vamos a sacar?
—Los que nos alcancen con lo que juntamos los otros días.
—¿Cuando estuvieron tocando a la gorra en la plaza? Estuvo bárbaro, la cantidad de gente que se juntó, mató. Aparte la plaza está buena, siempre que puedo me siento a pensar o a escribir cosas cuando paso cerca. Está bárbara para armar algo…
—Pero ahora vamos a tener el galpón de la escuela, ¿no te enteraste? La maestra de música, la que organiza la fiesta, consiguió que nos prestaran el lugar. Si todo sale bien vamos a estar dictando algunos talleres culturales ahí, el lugar es re grande. Lo vas a conocer en la fiesta, va a haber que arreglarlo ¿no? Pintarlo y eso… Y se puede trabajar mucho con el barrio ahí, de más está decir que te sumés.

* * *

—Qué revancha ¿eh? No les ganamos, los destruimos.
—Sí, mejoraron. Pero es que nosotros jugamos mejor cuando llueve.
—Andá.
—Hola, flaco… ¿por qué no viniste a jugar?
—Estamos hasta las manos con mis compañeros… ¿Viste la pancarta aquella? sí, la de la fiesta en la escuela. Sí, nos metimos en eso, empezamos con la fiesta y parece que conseguimos lugar para dictar los talleres en los que estábamos trabajando.
—Bárbaro.
—Sí, pero nos hace falta ayuda. A eso vengo, a decir verdad.
—¿Ayuda de qué?
—Armar un escenario. Tenemos los tablones pero hace falta fuerza bruta para martillar e improvisar unos asientos. Y bueno, pensé en ustedes, qué me dicen.
—Este nos busca para laburar nomás…
—Van a estar los chicos de la banda que tocaba a la gorra los otros días en la plaza…
—Ché, eran buenos.
—¿Y, qué me dicen…?
—Vení, tomate una cerveza y contanos qué hay que hacer…

 

—La persecución ha terminado. Montag ha muerto. Un crimen contra la sociedad ha tenido su castigo.
—No enfocaron bien la cara del hombre. ¿Lo notó? Ni sus mejores amigos podrán afirmar que no era usted… Bienvenido de entre los muertos Montag. Le voy a presentar a todos… Yo soy La República de Platón. El señor Simmons es Marco Aurelio… quiero presentarle también a Jonathan Swift. Y este otro señor es Charles Darwin, y este otro es Schopenhauer y este Eistein…
—No puede ser —dijo Montag.
—Es —replicó Granger con una sonrisa—. Somos quemadores de libros también. Los leemos y los quemamos, temiendo que los descubran… Mejor guardar los libros en las viejas cabezotas, donde nadie pueda verlos o sospechar su existencia…
—¿Cuántos son ustedes?
—Miles en los caminos, las vías de ferrocarril abandonadas. Vagabundos por fuera, bibliotecas por dentro. No lo planeamos en un principio. Siempre había alguien que quería recordar un libro, y así lo hacía. Luego, después de veinte años, nos encontramos, fuimos de un lado a otro, unimos los hilos sueltos, e ideamos un plan… y cuando la guerra termine, algún día, algún año, podrán escribirse los libros otra vez, se llamará a la gente, una a una para que recite lo que sabe, y los guardaremos impresos hasta que llegue otra Edad de las Tinieblas, y tengamos que rehacer enteramente nuestra obra. Pero eso es lo maravillo del hombre; nunca se descorazona o disgusta tanto como para no empezar de nuevo.

 

—Pá, ¿por qué cerrás temprano?
—Porque voy a la escuela, viste que hoy es la fiesta que armaron los chicos del frente… Bueno, yo voy a dar una mano llevando criollos y vamos a hacer un mate cocido para todos.Va a estar lindo. ¿Vamos? ¿o tenés mucho que estudiar?
—No, dale, te acompaño…

 

—Marcos, ¿me pasás el micrófono ese que está arriba de la mesa?
—Sí, seño. ¿En serio va a venir mucha gente a verme bailar? ¿Está bien el sombrero? Me lo prestó uno de los profes del taller…
—Sí, parecés un gaucho de verdad.
—Mire seño… esa que viene ahí con Don Mario es mi doctora, la que me arregló las caries y me regaló el cepillo de dientes.Venga, venga así la conoce…

 

Desde el hospital se puede ver toda la manzana. Una espiral de humo apenas se escapa por la ventana del tercer piso. Lo único que faltaba…, venir a atender urgencias sábado a la tarde, por suerte todo salió bien. Apoyado en el marco de la ventana, puede ver toda la manzana y resalta brillante y raro el movimiento cerca de la escuela. Ah… ahora se acuerda, es el acto que había tenido que organizar su hija, su mujer le había comentado algo la noche anterior, mientras separaba unas jarras y unos vasos que se ve iba a tener que llevar. Mira otra vez hacia la escuela y después agudiza un poco más la vista y lee la pancarta colgada en la esquina de la plaza.
Pensativo, mira los disfraces de colores de la murga que recibe a la gente en la puerta de la escuela. Tira la colilla del cigarrillo y lo apaga con el pie y sale del hospital…

 

 


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