Es un domingo cualquiera de enero de 2025. Me senté temprano a la tarde a revisar mi blog, ordenarlo, ponerlo lindo, acomodar sus categorías y temas para arrancar un nuevo año con energía y una lavada de cara. Son más de las diez de la noche y estoy demorada en la lectura de posteos borradores, historias que nunca publiqué. No puedo reescribirlas porque no me acuerdo del contexto, no me da para publicarlas así como están porque son apenas más que un punteo. Pero algunas -esta en particular- hacen rebotar ecos inesperados dentro del cuore que me llenaron de nostalgia así que les voy a dar una edición mínima, solo para contextualizar apenas y dejarla por acá.
Mis borradores en general son fragmentos copiados y pegados de otro lado, citas que no quiero olvidar, punteos de ideas, cosas así, a las que después les doy forma. Hace años que estos intentos los hago en una suerte de diario que tengo en la nube, con fecha. A veces la escritura de esas ideas prosperan, otras veces no, pero los primeros borradores están ordenadas cronológicamente y en un mismo archivo. Sin embargo, con solo abrir este borrador viejo del blog me doy cuenta que tiene varios años, de la época en que escribía los punteos directamente acá y a este borrador lo había olvidado por completo. El posteo tiene tres subtítulos: «Las historias del tiempo», «La espada de Juana Azurduy» y «La historia de la otra abue».
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Las historias del tiempo
En este subtítulo encuentro un par de citas de Liliana Bodoc y una lista de dos ítems: «La grieta entre el amor y el Odio Eterno… y el cofre de la memoria de Vieja Kush». Leo el primer párrafo:
No sé cómo contar esta historia, que son muchas historias que dialogan, sobre todo dentro de mi cabeza, y se asoman susurrando por la garganta y los ojos. Son la historia de cómo voy encontrando el camino de la alegría nuevamente en este verano sofocado de tristeza.
(enero 2016)
El resto del título son dos citas de Liliana que dejo a continuación:
«Creo que a la ficción no se le puede pedir todo. A veces se le pide que cambie el mundo, y me parece que es mucho para sus pobres espaldas. Pero sí creo que se le puede pedir mucho más. […] Porque a mí me parece que la ficción nos foguea en la emoción. Nos pone fuerte el ánimo. Nos pone fuerte la templanza, la imaginación; nos abre ventanas, nos hace ver cosas que de otra manera no veríamos jamás. Nos hace entender cosas que de otra manera no entenderíamos jamás. Y me parece que es muy poquito lo que se le pide en contra de lo muchísimo más que nos puede ofrecer, como individuos y como sociedades».
(Liliana Bodoc, entrevista en Imaginaria)
Puedo entender —y de hecho hago un trabajo por entender— que vivimos inmersos en los grises. Sé que es así, todo el tiempo es así, en mi vida, en la vida de mi vecino, en la política… Sin embargo, hay un lugar en el que a mí me gusta plantarme. Hay un tango que dice “El bien es bien y el mal es mal” y a mí me parece que es bueno que un hombre tenga un límite que no trasponga. Me preocupa mucho que el gris nos haga creer que todo es posible.
(Liliana Bodoc, entrevista en Imaginaria)

No me hace falta más para sentirme de pronto en enero de 2016. Estamos de vacaciones a Los Hornillos, en Traslasierra a una casita preciosa que se llama «La cuentería» de la poeta María José Echenique. Sabemos que acaba de asumir un gobierno de derecha que romperá todo lo que pueda romper pero queremos intentar descansar unos días antes de enfrentar un año terrible (y sí, fue terrible). La casita donde vamos es una casa de ensueño, con una biblioteca soñada, con varios días por delante para leer y leer. Ahí conocí a Liliana Bodoc, leí «Diciembre Super álbum» y supe que la seguiría leyendo para siempre. Apenas volver a Córdoba conseguí una copia usada y barata de «Los días del venado» y ahí inició mi viaje a los confines. Este punteo recupera a la versión de mí misma de finales de enero, quizás febrero, después de haber leído las tres novelas y el libro de cuentos, y entrevistas, y posteos y conferencias y ser otra, alguien absolutamente conmovida volviendo a encontrar el camino de la alegría en un verano sofocado de tristeza.
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La espada de Juana Azurduy
Este subtítulo lo voy a dejar tal cual estaba en el borrador, porque lo leí y lo amé:
«Juana Sulúi va a bajar a cotar la cabeza de Capitán Gafio».
(Ema, 3 años, diciembre de 2015)
«¡Juaaa-na-Su-lúi!» canta mi hija de tres años. Canta una y otra vez, a veces a los gritos protagonizando ella una historia, otras en susurros cuando son sus muñecos los que juegan entre sí. En esta oportunidad canta mientras revolea una espada de plástico sobre su cabeza, en lucha franca y abierta contra sus enemigos imaginarios. Compramos esa espada en octubre pasado, para la fiesta de cumpleaños de disfraces de mi hija de siete, que fue una Juana hermosa, con remera roja y pechera guerrera, pollera blanca y una trenza cosida con todo el orgullo-de-mamá que me cabe entre los dedos.
(enero 2016)
Juana es la gran heroína de la familia, no estoy segura cómo sucedió pero sí cuándo: fue en algún momento del 2009, cuando yo misma cantaba exultante de orgullo, desde el extremo derecho del coro, con un pie ligeramente hacia adelante y el pecho ancho y erguido, deteniendo con toda la certeza de un grupo de voces femeninas guerreras, el paso de cualquier invasor.
Cuando llegó a Traficante de libros la colección Antiprincesas, era sabido que uno de los ejemplares de la querida Juana Azurduy jamás encontraría lugar en los estantes disponibles para la venta sino que marcharía directamente a la biblioteca de la pieza de mis hijas. Es emocionante verlas a ambas, con sus cabezas juntas sobre la lámina que muestra a una Juana embarazada, elevada sobre su caballo, cuando señalan detalles, vuelven sobre una ilustración anterior y eligen su escena preferida.
Sobre el final del libro, se invita a los lectores a volverse investigadores de historias y así me enfrentaron ayer mis hijas, cuaderno y lápiz en mano, para pedirme que les contara la historia de la «otra abue», que no es su abuela, sino la mía.

La historia de la otra abue
Este posteo solo tenía el subtítulo. Lo dejo porque de alguna manera que no comprendo este subtítulo completaba los otros dos. Hay un hilo invisible que en enero de 2016 unía la tristeza y la angustia de un futuro político desesperanzador, con el viaje a los Confines, un viaje de guerra, amor, esperanza y música, una historia en la que quizás la única certeza es que el odio retrocede cuando las personas cantan. Y mientras tanto leo a una hija cantando a los gritos un canto de guerra revolucionario pidiéndome junto a su hermana, con cuaderno y lápiz, que les cuente la historia de las mujeres de mi familia para que la memoria quede ahí, cerca, siempre cerca a resguardo, en un cofre como el de la vieja Kush.

Nunca escribí qué significó para mí ese primer viaje a los Confines en enero de 2016, o pensé que no lo había hecho. Pero hoy, un domingo cualquiera, quizás exactamente nueve años después, me encuentro con una versión de mí misma que intentaba explicar cómo las emociones se le asomaban susurrando por la garganta y los ojos. Como ahora, pero entonces, viajando en una espiral del tiempo, los recuerdos y la certeza de quién soy. Siento los ecos que retumban de nuevo todo, otra vez, siempre.
Enlaces interesantes
- Los días del Venado, reseña en Revista Imaginaria: http://www.imaginaria.com.ar/05/2/venado2.htm
- Entrevista a Liliana Bodoc en Revista Imaginaria: http://www.imaginaria.com.ar/2011/12/entrevista-con-liliana-bodoc/
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