El domingo fui al cine. Y me pasa algo muy copado cuando voy al cine: esa magia enorme que consiste en suspender temporalmente la conciencia de la realidad y poder creer una historia absolutamente falsa como si fuera la pura verdá verdadera. Si la película está buena, esa magia es enorme. Y después del tremendo viaje poder volver como si tal cosa a la vida mundana de todos los días. Una barbaridad hermosa. Y todo eso con solo entrar y salir de una sala.
A veces si la realidad de la historia es muy diferente a la realidad real (je), me cuesta devolver la suspensión temporal de mi conciencia a la salida. Me niego, quiero prolongar un poco la experiencia. Y mientras camino hacia mi casa, me vuelvo en las esquinas dudando de si veré o no una aeronave, un extraterrestre, una persecución con armas láser, al héroe o heroína con el que compartí esa extraordinaria aventura o si me caerá una bomba encima ahí mismo. Manejar esa suspensión de la conciencia no es cosa fácil.
Lo mismo pasa por supuesto cuando me sumerjo en un libro de los buenos, tanto que no quiero salir de la historia, y entonces no dejo de leer, ni para dormir, ni para comer, ni para ir al baño, ni para trabajar. Lo sé porque así era mi vida como lectora hasta que formalicé pareja, empecé un emprendimiento, fui mamá y tuve que… bueno… acomodar mis hábitos lectores a esa inevitable e infinita sucesión de rutinas que consiste en ser adulto y tener hijos.
La suspensión temporal de la conciencia de la realidad abandonó los libros (hay que dedicarle mucho tiempo a la lectura de una novela de 500 o 600 páginas por dar un ejemplo) y quedó para el cine (que resuelve el temita en dos o tres horas).
Igualmente debo confesar que ir al cine -para viajar a otro mundo por un rato- forma parte de esas cosas que también cambié por la vida familiar. Este año por ejemplo fui al cine 2 veces. En otros años iba al cine 2 veces… por mes. Veo muchísimas películas, a veces hasta cinco o seis por semana, pero en el living de casa. Allí… bueno…, la suspensión temporal de la conciencia de la realidad es, cuanto menos, complicada. Entre el timbre, el celular o los bocinazos durante el día, la cena familiar, las chicas que pasan corriendo de la pieza a la cocina gritando que no quieren irse a dormir, el camión de la basura que pasa puntual a las doce de la noche, o el que carga oxígeno en la clínica de enfrente a la una de la mañana, lo que en realidad generan es una suspensión temporal, pero no de la conciencia de la realidad, sino de la magia del cine.
Pero el domingo FUI al cine, que era lo que venía a contarles. A ver el final de una saga filmada en cuatro partes, lo que es muchísimas horas-cine de las que me gustan. Y eso. Mi hermana me dijo que es de los pocos casos en que la película le pareció que la historia estaba mejor resuelta que en el libro. Así que me siento realizada. Tuve El señor de los anillos hace más de una década. Los viajes a Hogwarts se acabaron hace cinco años. Y acabo de sobrevivir los 76º Juegos del Hambre el domingo pasado. Permítanme volverme pochoclera por un rato. Para todo lo demás está la realidad.